
“Vayan a sus plazas, a sus calles. Háganse ver y oír”, dijo Zelenskyy en inglés durante un emotivo video difundido el miércoles por la noche grabado en la oscuridad cerca de las oficinas presidenciales en Kiev. “Digan que la gente importa. La libertad importa. La paz importa. Ucrania importa”.
Cuando Rusia emprendió su invasión el 24 de febrero, en la mayor ofensiva en Europa desde la II Guerra Mundial, parecía probable que el gobierno ucraniano fuera derrocado con rapidez. Pero el miércoles se cumplían cuatro semanas completas de combates y Moscú estaba atorada en una dura campaña militar de desgaste.
La Marina de Ucrania reportó el jueves la destrucción del Orsk, un gran buque de desembarco ruso, cerca de la ciudad portuaria de Berdiansk. El breve comunicado en Facebook iba acompañado de imágenes y videos del incendio y de espesas columnas de humo en el puerto. El ejército ruso no comentó lo sucedido en la embarcación.
Berdiansk está bajo el control de las tropas de Moscú desde el 27 de febrero. El Orsk había desembarcado vehículos blindados en la ciudad el lunes para la ofensiva de Moscú, según dijo esta semana el canal Zvezda TV del Ministerio ruso de Defensa. Según el reporte, el Orsk era el primer barco de guerra ruso en llegar a Berdiansk, que se encuentro unos 80 kilómetros (50 millas) al oeste por la costa desde la asediada ciudad de Mariúpol.
Para mantener la presión sobre Rusia, Zelenskyy dijo que pediría en su videoconferencia con la OTAN que la alianza preste un apoyo “efectivo y sin restricciones” a Ucrania, lo que incluye cualquier arma que necesite el país para hacer frente a la ofensiva.
Se esperaba que Biden hablara con la OTAN sobre nuevas sanciones y cómo coordinarlas, así como más ayuda militar para Ucrania, y después se entrevistara con líderes de las naciones industrializadas del G7 y con el Consejo Europeo en una serie de reuniones el jueves.

Con el sol tomando apogeo en una mañana reciente, apenas se podía avistar una pareja húngara y grupos aislados de bañistas cubanos que residen en el exterior, mientras que en los locales de venta de la marina del polo turístico, situado a 140 kilómetros al este de La Habana, brillaban por su ausencia los rusos, que al inicio de la guerra se contaban por miles y tuvieron que dejar el país precipitadamente.
“¡Mira cómo está todo!”, dijo a The Associated Press Tamara Álvarez, quien administra una tienda en la zona, apuntando hacia afuera a las carpas y asientos vacíos a esa hora donde solían estar tomándose algo. “Teníamos muchas ilusiones, ya veíamos un cambio, pero inesperadamente nos cae esto”, añadió aludiendo a la guerra en Ucrania.
Justo cuando Cuba trata de recuperar un poco más su vital industria turística tras dos años con caídas drásticas, particularmente en 2021, producto de la ausencia de visitantes estadounidenses tras el endurecimiento de las sanciones impuestas por el expresidente Donald Trump y las restricciones por el coronavirus, la isla ahora sufre un nuevo golpe: la ausencia de los visitantes rusos que le dieron oxígeno a la actividad en los últimos dos años.
Miles de esos visitantes tuvieron que cortar sus vacaciones en Varadero y otros balnearios del Caribe —como República Dominicana— y regresar en vuelos especiales días después del inicio de la invasión rusa en Ucrania debido al cierre del espacio aéreo a los vuelos comerciales de Rusia decretado por la Unión Europea, Canadá y Estados Unidos, entre otras sanciones financieras como castigo al ataque. Algunas aerolíneas cerraron sus ventas de pasajes a la isla hasta fines de marzo.

Myroslav, su hijo de 7 años, es uno de los 40 niños que tuvieron su primer día de escuela el lunes, apenas unas semanas después de unirse a los millones de personas que llegaron a Europa escapando de la guerra en Ucrania.
Su hija Zoriana, de 3 años, es demasiado pequeña para estas clases que imparten dos ucranianas que también huyeron a la capital alemana. Las lecciones, que forman parte de una iniciativa voluntaria, prepararán a los niños para entrar el sistema escolar berlinés.
“Me emociona ver toda la ayuda y la solidaridad que hay aquí”, dijo a The Associated Press Kerashchenko, de 30 años y natural de Vinnytsia, en el centro de Ucrania, con los ojos llenos de lágrimas.
“Cada día espero que podamos regresar a Ucrania, pero por ahora es demasiado peligroso. Así que, mientras tanto, es maravilloso que mi hijo pueda ir a la escuela en Alemania”, agregó.
Las clases fueron organizadas por Burcak Sevilgen y Faina Karlitski, quienes en solo dos semanas recaudaron fondos, organizaron las aulas gratuitas y anunciaron su programa a través de la aplicación de mensajería Telegram.
Los niños agarraron nerviosos sus nuevos cuadernos, lápices y borradores mientras sus nuevas maestras les daban la bienvenida, en ucraniano, en la tercera planta de una antigua fábrica. Seguirán el plan de estudios de su país y recibirán clases en alemán. Las tres horas de clase diarias irán seguidas de actividades como teatro, pintura o manualidades.

El dispositivo, que a pesar de su nombre es de color naranja brillante, está tan dañado que por el momento los investigadores no han podido determinar si se trata del que registra los datos del vuelo o las voces de cabina, señaló Mao Yanfeng, director del departamento de investigación de accidentes de la Autoridad de Aviación de China.
Todos los esfuerzos se centran ahora en hallar la otra grabadora, añadió durante una conferencia de prensa.
La recuperación de las llamadas cajas negras se considera un paso clave para determinar qué provocó el accidente. No estuvo claro de inmediato si los daños en el dispositivo encontrado limitarían su utilidad.
La búsqueda de pistas que permitan explicar el motivo por el que el avión comercial chino se precipitó repentinamente y se estrelló contra una montaña en el sur de China se había suspendido antes el miércoles luego de que la lluvia encharcó la zona donde quedaron esparcidos los escombros.
Los investigadores empleaban herramientas manuales, drones y perros rastreadores bajo la lluvia para peinar las frondosas laderas en busca de las grabadoras de datos y voces, además de posibles restos humanos. Los equipos trabajaban también para achicar el agua de la fosa creada en la tierra roja cuando el avión golpeó el piso, pero las labores se suspendieron a media mañana por la posibilidad de pequeños deslaves en las empinadas y resbaladizas laderas.
La caja negra se encontró por la tarde. El dispositivo de grabación de datos captura la información sobre la velocidad, la altitud y la dirección del avión, además de las acciones del piloto y el funcionamiento de todos los sistemas claves del aparato. La otra registra los sonidos, incluyendo las conversaciones, y el ruido de fondo de los motores durante el vuelo.

Habíamos estado informando acerca del sitio de Mariúpol durante dos semanas y éramos los únicos periodistas internacionales que quedaban en la ciudad. Lo cubríamos desde un hospital donde individuos armados se paseaban por los pasillos. Unos cirujanos nos dieron delantales para hacernos pasar por personal médico.
De repente, al amanecer, una docena de soldados irrumpieron en el salón donde nos encontrábamos. “¿Dónde están los periodistas?”, preguntaron.
Tenían cintas azules en sus brazos, el color de Ucrania. Durante un momento consideré la posibilidad de que fuesen rusos disfrazados. Pero finalmente di un paso hacia delante y me identifiqué.
“Vinimos a sacarlos de aquí”, me dijeron.
Las paredes de la sala de operaciones se estremecían por el fuego de artillería y de ametralladoras y daba la impresión de que estábamos más seguros adentro. Pero los soldados ucranianos tenían la orden de llevarnos.
Mstyslav Chernov es un videoperiodista de la Associated Press. Este es su relato del sitio de Mariúpol, documentado por el fotógrafo Evgeniy Maloletka y redactado por la corresponsal Lori Hinnant.
Corrimos hacia la calle, abandonando a los médicos que nos habían refugiado, a la mujer embarazada que había resultado herida en un bombardeo y a la gente que dormía en los pasillos porque no tenían adónde ir. Me sentí terrible el dejarlos.
Durante nueve minutos inacabable, tal vez diez, pasmos junto a edificios de departamento destruidos por las bombas. Hubo una explosión cerca y nos tiramos al piso. El tiempo lo medíamos según los estallidos, una bomba a la vez. Conteníamos la respiración. Cada estallido me estremecía y tenía las manos frías.